_ Pasá, Diego.

El Doc había corrido apenas una de las chapas de la puerta para ver quién golpeaba y lo había reconocido fácilmente. Su metro noventa, sus rulos y su barba lo hacían inconfundible.

Pasó rápido por la puerta entreabierta que el Doc cerró y trabó inmediatamente.

_ ¿Es por el pibe, no?, le preguntó mientras caminaba delante de él hacia la cocina.

_ Sí, anoche empezó con ese silbido…

_ Sibilancias, eso son.

_ Sibilancias, no me acordaba. Estuvo así toda la noche. No me quiso decir nada para no preocuparme, pero yo sé que le estaba costando respirar.

_ Es duro el pibe. A la fuerza, pobre.

Diego supo que detrás de esa observación del Doc venía el recuerdo de Sofi y la angustia que le iba a estrujar el corazón. Intentó desviar la conversación.

_ ¿Siguen pasando las camionetas por Pavón, Doc?

_ Sí, casi todos los días, para la capital y para el lado de Banfield. Me doy cuenta por cómo se va alejando el ruido del motor.

_ Un misterio lo que llevan y traen, no?

_ Sí, un misterio.

Nunca le quedaba claro cuánto sabía el Doc acerca de lo que pasaba fuera de ese limitado territorio en el que transcurrían sus vidas desde que no había transporte ni comunicaciones. Siempre había sido lacónico y poco expresivo, pero por momentos le daba la impresión de que ocultaba algo.

El Doc hurgó en una caja de zapatos que tenía sobre la mesada. Diego escuchó el tintinear de ampollas chocando entre sí con la desazón anticipada de que ninguna fuera la que necesitaba. Pero al cabo de unos segundos el Doc levantó una frente a su cara, la agitó, la observó atentamente y dijo.

_ Está bien. No se puso turbia. No le des bola a la fecha de vencimiento, sirve igual.

Había podido llevarse del hospital una buena cantidad de medicamentos de los que podían conservarse a temperatura ambiente y tenía claro que en muchos casos la verdadera vida útil de la droga que contenían era mucho más larga que los vencimientos que los laboratorios ponían en el envase.

_ Fijate de hervir la jeringa y la aguja un buen rato, que no te podés dar el lujo de meterle una infección al pibe. Antibióticos casi no me quedan.

Antes de El Error el manejo del asma de Lio era relativamente sencillo, con medicación preventiva y nebulizaciones con broncodilatadores para las crisis. Y estaba Sofi que lo contenía, con su doble condición de madre y enfermera.

Ahora todo se reducía a usar lo que había disponible, que era la teofilina que el Doc le daba a Diego, con la incertidumbre de que la próxima ya no le hiciera efecto por estar efectivamente vencida, o que directamente no quedaran más ampollas en la caja de zapatos.