Esperaron a la mañana siguiente. Sin alumbrado público, nadie salía a la calle después del anochecer, salvo por alguna cuestión extraordinaria.
No demoraron más que unos minutos en llegar, porque Jesús vivía a unas pocas cuadras del boulevard, en una casa que había sido abandonada por sus dueños pocos días después de El Apagón.
Llegaron tomados de la mano. No conocían otra forma de caminar juntos que no fuera esa. Lo hacían desde que se conocieron, con cuatro años de edad, y para ellos era lo más natural del mundo. Así se sentían seguros, blindados en ese mundo sin leyes ni autoridades.
Por eso, a diferencia de otra gente que andaba por las calles de Remedios de Escalada, ellos caminaban relajados, riéndose de los chistes que se hacían, sin tomar la precaución de moverse en zig zag como hacía Diego, y despreocupados del constante ladrido de los perros, que para ellos era el sonido de fondo de sus vidas desde que podían recordar.
_ ¿Es acá, pibita?
_ Sí
_ ¿Y cómo sabés?
_ Vos confiá. ¿O alguna vez te perdiste conmigo?
_ ¡Ay, ella…! Pero no, la verdad que no.
Lio levantó el brazo para golpear la puerta y Valen lo paró.
_ ¡Jaja! ¡Pará, ansioso! ¿Jesús sabe tu código?
A falta de celulares para avisar que uno estaba en la puerta, se había desarrollado entre los conocidos un complicado sistema de códigos identificatorios. Cada uno tenía el propio para anunciarse al llegar a la casa de otro, y a la vez era necesario memorizar el de los demás. Un olvido o una equivocación podía significar que a uno no le abrieran la puerta, o dejar afuera a alguien. Era un método rudimentario, pero bastante efectivo para evitar abrirle la puerta a extraños.
_ No, tenés razón. Nunca vine a su casa.
_ Yo sí, algunas veces, a buscar cosas que le encargan mis viejos.
Golpeó una vez, hizo una pausa, luego golpeó dos veces, otra pausa y de nuevo una vez.
Esperaron en silencio, mirándose con complicidad.
Unos minutos después se escuchó la voz de Jesús:
_ ¡Otra vez!
No había escuchado claramente la secuencia de golpes y pedía que la repitieran. Valen lo hizo, y Jesús entreabrió la puerta dejando el espacio suficiente para que entrara Valen.
_ Viniste con Lionel, el hijo de Diego, ¿no?