_ ¿A quién, pibita?

_A Jesús.

Jesús era un rappi. Como la inmensa mayoría de ellos, había contribuido a El Error, y lo había hecho activamente. Su condición de extranjero le había impedido votar, pero se había metido de cuerpo y alma en la campaña y había militado fervientemente al candidato desde que se enteró de su postulación. Había visto en él la posibilidad de concretar sus ilusiones de vivir como en el primer mundo. Esas mismas ilusiones que unos años antes lo habían llevado a emigrar de su patria natal.

La promesa de que recibiría cada comisión y cada propina en dólares lo llenaba de entusiasmo, y las características estrafalarias de la personalidad del candidato le atraían, porque lo diferenciaban de los políticos tradicionales que había conocido hasta entonces.

Había fantaseado que con el mismo esfuerzo que venía haciendo hasta entonces, una vez que el topo fuera presidente podría progresar rápidamente, cambiar la pequeña moto por un auto importado, y hasta ganar lo suficiente como para enviarle dinero a su familia.

Lo que ocurrió después de El Error echó por tierra todos sus sueños.

Con la desocupación y el empobrecimiento generalizado mermaron los pedidos de comida a domicilio, y por los pocos que había ya no recibía propinas.

Su esperanza de cobrar en moneda fuerte se esfumó rápidamente, aunque la promesa de campaña se materializó recién sobre el final del mandato, poco tiempo antes de El Apagón. Con la economía prácticamente paralizada y una población con ingresos miserables, se reemplazó la moneda nacional por el dólar, que comenzó a circular en forma de billetes de baja denominación, suficientes para llevar adelante las modestas transacciones que quedaron en pie, como pequeñas compras de alimentos o pagos de algunos servicios elementales.

Habían quedado en el recuerdo aquellas épocas previas a El Error en las que se utilizaban los billetes de cien, fundamentalmente con fines de ahorro.

A medida que la situación empeoraba, Jesús iba adaptándose a las nuevas condiciones. Esa era su esencia. Aprovechó desde el principio el hecho de andar todo el tiempo en la calle para ofrecer nuevos servicios por fuera de los que brindaba la aplicación para la que trabajaba: trámites, compras, y hasta traslado de personas en la moto.

Sin ninguna regulación, el precio de la nafta aumentaba casi diariamente y esa era la única manera de compensar el gasto y quedarse con alguna diferencia.

Así se las fue arreglando antes de El Apagón, cuando todavía había estaciones de servicio. Después, el combustible comenzó a transarse en otros circuitos, y el problema principal ya no fue el precio, sino cómo y dónde obtenerlo.

Pero Jesús y los demás rappi, sabían.

Y si conseguían llenar el tanque, la autonomía de sus vehículos les permitía alejarse bastante más allá de los límites del barrio, y regresar.

_ ¿Y por qué a Jesús?

_ Porque estoy segura de que conoce a otros rappi de otros barrios, que a su vez conocen a otros de más lejos, y así sucesivamente. Y porque una vez que le consiguió harina a mi vieja escuché que le decía algo de la Capital.

_ Ahora que lo decís, me parece que un día que le trajo la moto a mi viejo para un arreglo le estuvo contando de unos lugares con nombres en inglés. Lo único que me acuerdo es que todos terminaban en land, y que le decía que nadie podía acercarse.

_ Yo sé dónde vive, no es lejos.