Y no tengo pensado hundirme acá tirado
Y no tengo planeado morirme desangrado
Y no-oh-oh, no me pidas que no vuelva a intentar
Que las cosas vuelvan a su lugar…
Lio tocó el último acorde y lloró. Lloró lentamente, en silencio.
Cuando era un bebé, Sofi le cantaba el estribillo de la canción de Wos para dormirlo. Más adelante, para calmarlo durante las crisis de asma. Lo que para Lio había sido al principio nada más que una melodía tranquilizadora cobró un nuevo sentido cuando pudo entender lo que decía la letra. Cada vez que sus bronquios le negaban el aire, escuchar esas palabras cantadas por su madre hacía que se cargara de una rebelde determinación, y al rato, con la canción y los broncodilatadores, estaba respirando con normalidad.
Desde la muerte de Sofi había archivado esa canción en algún rincón inaccesible de su memoria. Y desde hacía unos días había comenzado a rescatarla, de a pedacitos, con la ayuda de Valen. Habían pasado horas reconstruyéndola, cantándola a duo, poniéndole arreglos con la guitarra y la armónica. Y en ese proceso Lio comenzó a intuir que las últimas veces que Sofi se la había cantado, no se estaba refiriendo solamente a él y su asma.
Cuando ella murió, con apenas diez años, se revistió de una aparente dureza porque vio cómo su padre se derrumbaba y creyó que de esa manera podría sostenerlo. Desde ese momento sólo se permitió llorar cuando estaba a solas con Valen, como ahora, en la casilla del boulevard.
Ella le quitó con delicadeza la guitarra y la apoyó en la cama en la que ambos estaban sentados. Le tomó la cara con las dos manos y le besó las mejillas, los párpados, la comisura de los labios y cada centímetro donde hubiera una lágrima. Pequeños y precisos besos, como delicados toques de papel secante.
Desde aquella caótica tarde en la que Valen llegó a su vida esa escena se había repetido muchas veces, y con el tiempo Lio comenzó a imitarla y el consuelo con pequeños besos se hizo recíproco.
Aún siendo muy pequeños, cada vez que uno los dos lloraba el otro se llevaba sus lágrimas de esa manera.
Se habían criado prácticamente como hermanos, y se amaban de una forma que excedía la hermandad. Los padres de ambos aceptaban naturalmente que con el tiempo serían pareja.
_ Ya pasa, ya está. Si querés no la tocamos más.
_ ¡No! ¡No me la quiero olvidar de nuevo!
_ La extrañás mucho, ¿no?
_ Sí
_ ¿Y qué es lo que te pone más triste?
_ Que ya no tengo a nadie que me cuente que antes todo era distinto.